Georgia O´Keeffe
Entre la desnudez de las flores y los huesos.
Conocí la obra de Georgia cuando estaba en la Facultad, estudiando Arte. Fue un verdadero hallazgo. Descubrí con ella que los restos fósiles pueden ser bellos y que una mancha puede ser una flor.
Su obra es simple y contundente. Sincera. Y esa honestidad y franqueza se ve en ambas facetas de la artista; en su ser-performer y en su ser-pintora. La Georga performer es una Georgia poseída por lo salvaje (tal cual lo define Pinkola Estés), por la sensualidad más pura, que exhibe sin reservas su intimidad y primitiva femeneidad. Desnuda lo más hondo de sí, mostrándonos su piel a plena luz del sol. La modelo que vive en el cuerpo de Georgia O´keeffe es la que posa una y mil veces frente a la cámara de Alfred Stieglitz. Incluso en su madurez, con su cuerpo surcado por las arrugas (por el tiempo escultor, parafraseando a Margueritte Yourcenar), su mirada se mantiene franca, firme, despojada de prejuicios frente al lente que no parece intimidarla ni un poco.
Su silencio y sus ojos negros parecen guardar algún secreto, un tesoro escondido en su propia historia, en sus vivencias, en sus recuerdos.
En las fotos aflora una Georgia provocadora, desafiante, segura de sí misma, de su cuerpo, de sus huesos. Esos huesos cubiertos de carne y piel que también van a desnudarse mostrándose blancos, descarnados, levitando en el desierto de México, siendo parte de un escenario surrealista, metafísico, desolado y teatral. Estos huesos al desnudo son los que nos muestra la Georgia Pintora.
Sus imágenes desconciertan, abren signos de pregunta.
En el Universo de O´keeffe, el cráneo de una vaca parece merecer tanto protagonismo como la vagina de una mujer. El erotismo pictórico del hueso adornado con flores cuyos intersticios invitan a sumergirnos en esas cavidades nos hablan de una mujer pintora que no deja nunca de sentirse mujer: ni cuando pinta, ni cuando posa, ni cuando mira.
Su propuesta estética tiene que ver con el entorno: con la atmósfera del desierto mexicano, con el tiempo y el espacio abiertos, eternos. No con la inmediatez, sino con la reflexión. Su interés está puesto en el gesto de la intervención y modificación de lo que ve.
No imita, se inspira; no copia, recrea.
No hay nada de tranquilizador en el desierto si todo está por inventarse, por crearse.
Recoge elementos del mundo que le es propio: el paisaje amarillento y su cuerpo color piel. Trabaja tan exquisitamente los colores arenosos del desierto como los vívidos de las flores vistas en primer plano.
Huesos, flores, nubes, arena, tierra y su propio cuerpo de mujer conviven sinestésicamente en sus escenarios tejiendo un puente entre la figuración y la abstracción.
Sus pinturas respiran, como los esqueletos adornados que aparecen en ellos. Sus cielos son frescos y están llenos de oxígeno. Entre el paisaje y el cuerpo; su obra está cargada del imaginario femenino y del aire deshabitado.
Lo óseo y lo femenino, las flores y la vagina, la tierra y las nubes aparecen y reaparecen en sus pinturas y propuestas plásticas.
Georgia se pasea entre inmensas flores vistas en "macro" como enormes manchas de colores y texturas.
La impronta de la pincelada es de una sensualidad sublime y se condice con la osamenta rígida y seca mostrada como un monumento a la belleza. La Georgia pintora es también una esteta ya que propone una verdadera re-definición de lo bello. Una obra maravillosa de quien se refugió en el exilio , alejándose del ruido de la gran ciudad para poder escuchar el latido de su corazón. Los invito a ver mucho más acerca de Georgia y deleitarse con sus exquisitas obras de arte.