Sobre Veladuras
- Marisol González
- Jun 25, 2016
- 3 min read
de María Teresa Andruetto, leído por María Encabo
(Audio en el siguiente link: http://www.educ.ar/sitios/educar/recursos/ver?id=124686)

La historia de María Teresa Andruetto, contada por María Encabo, es una delicia. Una historia musical de tipo nostálgica y laberíntica. Un relato de vida, y de tragedia, de dolor. Un recuento que comienza en una imagen y luego se transforma en una sucesión de imágenes que te llevan a viajar por San Salvador, Tumbaya, los cerros, La Quebrada, los silencios, los perfumes de melasa y tamales; los personajes familiares, los instrumentos de cuerdas y viento. La música, como un conector de recuerdos, como algo común, público, compartido: “(…) de la gente y de todos”. La historia de un desarraigo, de un desprendimiento, de arrancarse las imágenes, los olores, los sonidos. La reconstrucción biográfica y genealógica de una mujer, desde los recuerdos de una niña. Una voz que dejan escuchar tantas otras voces. Una restauración, una superposición de sensaciones, cicatrices, dolores, penas…recuerdos mecidos en los brazos de la nostalgia.
Las piedras, la arpillera, los pastores, distintos meses del año. Las comidas y bebidas típicas, las fiestas religiosas, las imágenes de santos. Los cantos, la maternidad, los gritos de las mujeres. El nacimiento del niño (Jesús), y del niño, su hermano. Una reconexión, un hilar las historias y poner en contexto. Una catarsis desenfrenada, un fluir de palabras sinestésicamente….conectando recuerdos, historias vividas, encarnadas.
Un encuentro fortuito, una aparición. La compasión y comprensión, el desenfado, la bronca y el dolor que calan profundo. La enfermedad como única salida. Toda esa confusión adolescente se encuentra con una sorpresa trágica, incomprensible. Una sumatoria difícil, muy difícil. La realidad se complica en una edad que ya es complicada. Nombres floridos, primaverales, carnavalísticos. El nombre vivido como condena o como reconstrucción de la identidad, como herencia, legado. La soledad y el dolor. La observación y contemplación de eso. Ver y mirar, contemplar lo que sucede, pensarlo. Pausas, muchas pausas en medio de muchas más palabras. Una mirada aguda, comprensiva. Una mirada restauradora. Una mirada histórica, “des-cronológica”, emocional, pasional.
El relato de los hechos convive con el vómito de las emociones: ahí aparece la catarsis que de forma desordenada, deja entrever una historia, un relato que el lector/ escuchante reconstruye mentalmente…dejándose llevar por la descripción minuciosa y perfumada de Rosa / María Teresa, que nos va contando capa por capa sus pensamientos.
Una reflexión escrita, contada y cantada. La expresión de las profundidades, de lo de “adentro”. Un recuento muy íntimo y personal. Una biografía, o muchas… la de Rosa, la de su abuela tocaya, la de su madre Flora, la de su hermana Luisa, la de Gregoria, y la de su padre. Y entre todas esas historias, la palabra. La palabra como sanación, como herramienta vital, como única herramienta a la hora de pedir ayuda, estando exiliada y sin nada. Con la cabeza “sin pensar en nada” y “ (…) sola, sin padre ni madre ni nada”. Lo único que Rosa tenía en su fugitividad, eran las palabras, para pedir auxilio, ayuda. Para pedir amor, abrazo, contención. Para gritar que alguien le diera algo, le devolviera alguna otra ilusión. Que alguien le diera alguna otra herramienta, algún otro tesoro: y ahí estaban, los colores, los óleos, los ungüentos, los acrílicos y el pan de oro. Y el saber de alguien más. Ese abrazo de conocimiento, esa contención. El aprendizaje de las veladuras y falsos acabados que le regalan a Rosa una oportunidad única de abrirse al mundo, de expresarse en su manualidad, en su función. De trabajar para sacar, de raspar…intentando dar brillo a la propia vida, a la propia alma.
Terapéuticamente, el arte y la palabra, van sanando el dolor tan profundo de una niña resentida y angustiada que aún hoy habita el cuerpo de una ya mujer. Y eso, creo Yo, (parafraseando a Rosa /María Teresa), pasa también en la vida. Arte y palabra, y viceversa; curan, reparan, enmiendan historias dolorosas… tragedias sin solución. Cuando ya no tenemos más nada, sólo nos quedan las palabras, y nuestra capacidad de expresar, de pensar y decir. De contar. Y aquí es cuando empezamos a abrirnos a los otros, y los otros se abren a nosotros al escucharnos. Como en la película “Mis tardes con Margueritte”, cuando la anciana le dice a Germaine tan sabiamente que saber escuchar es saber leer de alguna manera. Que no solamente estaba leyendo ella sino que él también estaba leyendo con ella cuando estaba escuchando tan inocentemente, abriendo la imaginación sin barreras.
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