Mis tardes con Margueritte
Sobre la película “Mis tardes con Margueritte”
EL encuentro casual de un hombre que ha puesto pausa a todos sus empleos, y una mujer mayor que está disfrutando del placer de la lectura en un parque, transforma la vida de ambos. Los dos personajes se permiten abrirse a lo que el otro puede enseñarles, dando lugar a la transformación personal. Sin prejuicios ni miedos, (o sobreponiéndose a ellos), establecen un vínculo en el que las historias contadas por otros toman el tono de sus voces y entran en sus vidas. Los libros, las palabras, los relatos, se le presentan a Germaine en una nueva oportunidad de encuentro. La mujer le muestra un mundo por él desconocida, y le hace ver lo que se estaba perdiendo por haber aceptado las burlas como verdad, las sentencias como absolutas. El sufrimiento del niño tiene eco en el adulto inseguro que es hoy, falto de autoestima, falto de fé en si mismo.
Una madre falta de recursos para transmitir, a su hijo, su amor. Una madre esquiva, violenta, indiferente y agresiva. Un hijo dolido, lleno de cicatrices y tristezas profundas muy difíciles de borrar. Un hijo enojado y angustiado con su propia historia y abatido, descreído de la posibilidad de ser alguien mejor. Un hombre inseguro que cree que tiene poco o nada para ofrecer a una mujer, y desconfía de sus dones de paternidad. Toda esa historia se entrecruza con la dulzura y sabiduría de una mujer anciana sumamente lúcida y activa que siempre va por nuevas historias y viajes leídos, dando lugar al “grandulón” (como lo menciona Isabel), a incursionar en un nuevo mundo de las palabras, permitiéndose viajar con la imaginación, recorriendo un Universo antes inimaginado. La lectura, en Germaine, funciona como restauradora de muchos males: terapéuticamente sana dolores y angustias y le permite reconstruirse desde el “hoy” como una nueva persona: alguien interesado por descubrir, por investigar, por aprender, por ir más allá de lo conocido. Alguien que corre riesgos por amor, que se anima a vencer sus propios prejuicios y miedos, abriendo el corazón a la ayuda. Y en el medio de la historia, como hilo conductor están los libros. Los libros son los que dan lugar a esta relación amorosa/maternal/fraternal entre la anciana y el hombre adulto. Miles de preguntas reflotan en la cabeza de Germaine, frases que cobran sentido en su sentir, historias que se hacen carne en las imágenes que flotan en su cabeza. La dulce voz de la anciana que lee de manera meticulosa y musical. Las etapas de la vida, y también de la muerte. La capacidad de crear, de decir, de comunicar, de engendrar.
La película me resultó sumamente movilizadora y a su vez, creo que da lugar a muchos debates y reflexiones.
Por un lado: Todos, absolutamente TODOS podemos leer. Y leer no es únicamente estar viendo palabras escritas y saber enunciarlas. Es importantísimo saber escuchar. Me pasa con los chicos de primer grado que a veces les leo historias y ellos las escuchan de forma apasionada y muy interesados (no todos), y eso es conmovedor. Ellos están leyendo conmigo, incluso cuando todavía no se han alfabetizado. Porque saben escuchar, y esa es la primer instancia de la lectura. Los chicos empiezan a leer desde muy chiquitos, en sus camas, cuando sus mamás les leen cuentos antes de dormir, y luego en el jardín…y luego, venimos nosotras en la escuela primaria a motivarlos con nuevas historias, a dar lugar a nuevas preguntas. Tenemos la enorme responsabilidad de continuar el entusiasmo por la lectura, por la inmersión en el mundo literario; y más aún, tenemos la responsabilidad de despertar el interés en aquellos que no han tenido la fortuna de un abrazo cálido materno/paterno antes de dormir, ni de la dulce voz de una abuela o abuelo, o tía o tío o algún hermano mayor. No todos los chicos fueron o son estimulados en casa en relación a los cuentos. Y la literatura implica otro tiempo; uno distinto al que ellos están habituados. Es muy pero muy importante que TODOS los chicos descubran el mundo mágico al que pueden abrirse dejándose llevar por un cuento leído, escuchado y más aún, todos los mundos que pueden abrir si se animan ellos mismos a contar una historia propia, a inventar, a jugar con las palabras, cargándolas de sentido…inaugurando.
Personalmente, me gusta mucho invitarlos a escribir, al menos un pedacito, algo chiquito, y también, los invito a escribir en casa y traer esos cuentos para compartir en clase, todos juntos. Y es notable como se escuchan y como disfrutan, de qué manera respetan el trabajo del otro…su esfuerzo, su expresión. Da lugar al intercambio y justamente, a la inclusión.